Durante el transcurso de su proceso, la
administración moderna ha logrado descomponer actividades complejas en pasos
pequeños y repetibles, hacer cumplir unos procedimientos operativos
normalizados, medir los costos y las utilidades hasta el último centavo,
coordinar los esfuerzos de decenas de miles de empleados, y sincronizar las
operaciones a escala global. Sin embargo, esos éxitos han tenido un precio
elevado.
El aparato gerencial moderno logra que unos seres
humanos díscolos, obstinados y libres de espíritu obedezcan las normas y las
reglas, pero al costo de desperdiciar cantidades prodigiosas de imaginación e
iniciativa. Impone disciplina en las operaciones, pero pone en peligro la
adaptabilidad de la organización.
Multiplica el poder adquisitivo de los consumidores
del mundo entero, pero también esclaviza a millones de personas en
organizaciones jerárquicas semifeudales. Y aunque la gerencia moderna ha
ayudado a mejorar drásticamente la eficiencia de las empresas, poca es la evidencia
de que las haya hecho más íntegras.
La administración moderna ha dado mucho pero
también ha quitado mucho, y continúa haciéndolo. Quizás haya llegado el momento
de renegociar el trato. Debemos aprender a coordinar los esfuerzos de miles de
individuos sin crear una jerarquía opresiva de supervisores; a mantener los
costos bajo control estrecho, pero sin estrangular la imaginación humana; y a
construir organizaciones donde la disciplina y la libertad no sean mutuamente
excluyentes.
Aunque la práctica de la administración no esté
evolucionando a la misma velocidad de antes, el entorno al cual se enfrentan
las empresas del siglo XXI es más volátil que nunca.
Una investigación reciente de L. G. Thomas y
Richard D’Aveni indica que el liderazgo en las industrias está cambiando de
manos con mayor frecuencia y que la ventaja competitiva se pierde más
rápidamente que nunca antes. En la actualidad no son sólo empresas aisladas las
que quedan por fuera del futuro, sino industrias completas, trátese de
aerolíneas tradicionales, tiendas por departamentos de la vieja guardia,
cadenas de televisión, grandes compañías farmacéuticas, fabricantes de
vehículos o la prensa escrita y las disqueras.
La desverticalización, la desintermediación y la
tercerización, junto con el crecimiento de los proyectos de desarrollo conjunto
y de los consorcios industriales, hacen que las empresas cada vez tengan menos
control sobre sus destinos.
El internet ha trasladado en muy poco tiempo el
poder de negociación de las manos de los productores a las de los consumidores.
Anteriormente, la “fidelidad” de los clientes solía
ser un artificio de los altos costos de búsqueda y de la información limitada,
y las compañías se beneficiaban de la ignorancia de los clientes. En la
actualidad, éstos tienen el control como nunca antes y, en un mundo de información
casi perfecta, cada vez hay menos tolerancia para con los productos y servicios
mediocres. Los costos cada vez más bajos de las comunicaciones y la
globalización están abriendo las puertas de las industrias a una horda de
competidores nuevos que llegan con unos costos extremadamente bajos. Estos
recién llegados están ansiosos por explotar los esquemas de costos de la vieja
guardia. Aunque algunas empresas veteranas se unirán a la “carrera hacia el
fondo” y trasladarán sus actividades medulares a los sitios menos costosos del
mundo, muchas otras no podrán reconfigurar fácilmente sus operaciones globales.
A medida que las compañías indias absorban los puestos de servicio y China expanda
implacablemente su participación en la manufactura global, las compañías de
todos los demás países tendrán que luchar para mantener sus márgenes. Estas
nuevas realidades exigen capacidades organizacionales y gerenciales diferentes. Para prosperar en un mundo cada vez más
perturbador, las empresas deben poder ser tan estratégicamente adaptables como
ya son operativamente eficientes. Para salvaguardar sus márgenes deben
convertirse en semilleros de innovación anticonvencional, y para poder ganarle
la partida a una multitud creciente de empresas jóvenes en lo que se refiere a
ideas e inventiva, tendrán que aprender a inspirar a sus empleados para que den
lo mejor de sí mismos día tras día. Éstos son los desafíos que los innovadores
de la administración tendrán que enfrentar en el siglo XXI.
La administración
moderna no es simplemente un conjunto de herramientas y técnicas útiles: es un
paradigma, para hacer referencia al ya trillado argot de Thomas Kuhn. Un
paradigma es más que una manera de pensar: es una forma de ver el mundo, una
idea amplia y profundamente generalizada acerca de los tipos de problemas que
merecen la pena resolverse o que simplemente son susceptibles de resolverse.
Sobre este punto Kuhn señala: “Un paradigma es un criterio para elegir los
problemas que ... supuestamente tienen solución. En gran medida, son ellos los
únicos problemas que la comunidad ... instará a sus miembros a afrontar. Otros
problemas ... son rechazados por metafísicos ... o por ser sencillamente
demasiado problemáticos para merecer que se les dedique tiempo.
Un paradigma podría incluso aislar a la comunidad
de los problemas socialmente importantes que no se pueden reducir a la forma
[familiar] del rompecabezas porque no se pueden plantear en relación con las
herramientas conceptuales e instrumentales que el paradigma ofrece”. Todos
somos cautivos de nuestros paradigmas, y como gerentes somos dependientes de un
paradigma que eleva la búsqueda de la eficiencia por encima de cualquier otra
meta. Esto escasamente sorprende si se considera que la gerencia moderna se inventó
para resolver los problemas de ineficiencia. Un poco de historia ayudará a
recalcar la importancia de este punto. Si bien es imposible fijar con exactitud
la fecha de nacimiento de la administración moderna, la mayoría de los
historiadores ubican a Frederick Winslow Taylor cerca del inicio de la epopeya,
y lo consideran uno de los innovadores más influyentes del siglo XX. Taylor
creía que el diseño del trabajo basado en un enfoque empírico determinado por
los datos se traduciría en incrementos importantes de la productividad. Taylor,
en su calidad de padre de la administración científica, batalló contra el desperdicio
de movimientos, las actividades mal diseñadas, las normas de desempeño laxas o
absurdas, la falta de congruencia entre los requisitos del trabajo y las
capacidades del trabajador, y los sistemas de incentivos que desalentaban los
mejores esfuerzos, todos ellos adversarios que cualquier gerente del siglo XXI
reconocería al instante. Sostenía que la eficiencia era el resultado de saber
exactamente lo que se espera que hagan los empleados y después cerciorarse de
que lo hagan de la manera mejor y más barata. Creía que la administración podía
convertirse en una verdadera ciencia construida sobre los cimientos de unos
principios, leyes y reglas claramente establecidos.
Para Taylor, como para todo director ejecutivo
interesado en la economía y para todo consultor que predica la eficiencia, el
secreto para aumentar la productividad estaba en una administración
sistemática. En efecto, imaginemos a Taylor mirando desde su “cielo”
perfectamente organizado y sonriendo cariñosamente a quienes aplican el Six
Sigma, que aún hoy difunden su principio. (Su única sorpresa podría ser que los
gerentes del siglo XXI continúan obsesionados por los mismos problemas que ocuparon
su mente inventiva hace cien años). La contribución de Taylor al progreso
económico, y al de la administración en general, se pone de manifiesto en más
de cien años de productividad creciente en las fábricas.
Por ejemplo, entre 1890 y 1958, en Estados Unidos,
la producción fabril por hora de trabajo aumentó casi cinco veces, y desde
entonces ha continuado creciendo. Sin embargo, este incremento de la
productividad trajo consigo una mayor burocratización. ¿De qué otra manera se
habría podido cumplir la meta de Taylor de mecanizar el trabajo sino
construyendo una burocracia, con sus rutinas normalizadas, unas descripciones
de los cargos estrechamente delimitadas, cascadas de objetivos y estructuras
jerárquicas de dependencia? Max Weber, el renombrado sociólogo alemán
contemporáneo de Taylor, veía en la burocracia el súmmum de la organización
social: La experiencia universal tiende a demostrar que la organización
administrativa puramente burocrática es capaz, desde un punto de vista
puramente técnico, de generar el más alto grado de eficiencia y, en ese sentido
es, formalmente, el medio más racional conocido para poner en práctica un
control imperativo sobre los seres humanos. Es superior a cualquier otro
esquema en cuanto a precisión, estabilidad, disciplina estricta y fiabilidad.
Por consiguiente, permite calcular en una medida particularmente alta los
resultados para las cabezas de la organización y para quienes actúan en
relación con ella.
Varias características distinguían a la
organización ideal de Weber:
- La división del trabajo y las responsabilidades estaban claramente definidas para cada uno de los integrantes de la organización.
- Los puestos estaban organizados en una jerarquía, la cual se traducía en una escala de autoridad.
- Los miembros se elegían para los puestos con base en su idoneidad técnica o su formación.
- Los gerentes trabajaban para los dueños de la empresa, pero no eran los propietarios principales.
Todos los integrantes de la organización debían
someterse a reglas estrictas y controles pertinentes para su trabajo
particular. Las reglas eran impersonales y se aplicaban uniformemente. Poco hay
en esto que pudiera sorprender al gerente del siglo XXI. Aunque Max Weber murió
hace casi 90 años, el control, la precisión, la estabilidad, la disciplina y la
fiabilidad, características a las cuales rendía homenaje en su himno a la
burocracia son todavía hoy los cánones de la administración moderna. Aunque
deploremos la burocracia, ella es aún el principio organizador de prácticamente
todas las organizaciones públicas y comerciales del mundo. aunque haya gerentes
progresistas empeñados en mejorar sus efectos anquilosantes, son pocos los que
están en capacidad de imaginar una alternativa radicalmente diferente.
Entonces, henos aquí, trabajando todavía con los
rompecabezas tipo Taylor y viviendo en organizaciones tipo Weber. Es justo
aceptar que en las salas de juntas y en las oficinas ejecutivas se han reconocido
muchos de los nuevos desafíos que el siglo XXI plantea para la gerencia, y
ocasionalmente tropieza uno con intentos verdaderamente serios por innovar la
administración. Sin embargo, hasta la fecha hemos visto limitado nuestro
progreso a causa de un paradigma centrado en la eficiencia y basado en la
burocracia.
La innovación empresarial es cualquier cosa que
modifique sustancialmente la manera como se administra, o la modificación de
las formas habituales de organización. Y los procesos más comunes a tener en
cuenta son: planeación estratégica, elaboración de presupuestos, gestión de
proyectos, contratación y ascensos, capacitación y desarrollo, comunicaciones
internas, gestión del conocimiento, entre otras. La innovación, en su
desarrollo y aplicación, se clasifica en: innovación operativa, innovación de
productos, innovación estratégica, y la innovación administrativa. Este
desarrollo, enfrenta a las empresas a retos actuales como son: la aceleración
del ritmo de renovación estratégica, convertir la innovación en parte del
trabajo diario, y la creación de un entorno laboral atractivo e inspirador para
los empleados.
Autores como Linton, 2002; Tang, 1998; Lawrence,
1954; Greiner, 1967; Argyris y Schön, 1978; Levy y Merry, 1986., Han abordado
la innovación organizacional de manera teórica, ya sea para identificar sus características
estructurales o para analizar sus efectos en los productos, los procesos de
innovación, la creatividad y el cambio organizacional; o bien, para entender
cómo las organizaciones emergen y se desarrollan y de qué manera aprenden sus integrantes.
Además, en la actualidad se han encontrado diversos
estudios empíricos que han explorado la innovación organizacional y su relación
con variables como la cultura organizacional, el capital humano, los estilos de
liderazgo, el aprendizaje organizacional y la gestión del conocimiento (Wu y
Lin, 2011; Noruzy et al., 2013; Souleh, 2014). La innovación es el centro del
cambio económico (OCDE, 2005).
Para Schumpeter, lo importante son las innovaciones
radicales, aquellas capaces de provocar cambios “revolucionarios”,
transformaciones decisivas en la sociedad y en la economía. Por innovaciones
radicales entiende: La introducción de nuevos bienes de consumo en el mercado,
el surgimiento de un nuevo método de producción y transporte, consecución de la
apertura de un nuevo mercado, la generación de una nueva fuente de oferta de
materias primas, cambio en la organización de cualquier organización o en su
proceso de gestión. Las empresas buscan un nuevo dispositivito tecnológico como
ventaja en la innovación, lo cual podría mejorar los procesos de productividad
y mantener una ventaja competitiva de costos. En el caso de la innovación de un
producto, las empresas pueden tener la posición de un monopolio que les permite
ubicarse en un mercado competitivo. La innovación es fundamental para la
supervivencia de las organizaciones. Recientemente, se ha convertido en uno de
sus motores más importantes, pues apoya el cumplimiento de los retos y la
dinámica de las fuerzas internas y externas al traer nuevas ideas para los
productos, servicios y procesos que puedan dar valor a dichas organizaciones
(Milhim y Schiffauerova, 2013).
Además, la innovación puede considerarse como
fuente principal de cambio, competitividad y crecimiento económico. Deiss
(2004) considera la innovación organizacional como parte esencial de la misión
de las organizaciones y, además, como un proceso que debe ser continuo.
La innovación organizacional se entiende como la
producción, adopción y explotación de nuevas ideas que agregan valor en las
esferas económicas y sociales mediante la renovación y la ampliación de
productos, servicios, mercados, el desarrollo de nuevos métodos de producción y
el establecimiento de sistemas novedosos de gestión (Crossan y Apaydin, 2010).
Shieh (2010), señala que implica nuevas maneras de organizar el trabajo en
diferentes áreas, como la administración de personal, la capitación y el
empoderamiento de los empleados.
De ahí que se la considere como una fuente
importante de ventaja competitiva en un entorno cada vez más cambiante.
Fuente: https://www.gestiopolis.com/administracion-del-futuro-la-innovacion-empresarial/
Autor: Dr. Rodrigo Ortega Rangel
buen post, durante el paso de los años las metodologías para una correcta administración está en costante cambio por este motivo la empresa u organizacion debe saber adaptarse a los cambios y lograr así una empresa más productiva
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